14 de mayo de 2007

Pío Pío


Antes de venir aquí no imaginaba posibles estos nombres. Pertenecen a una existencia por completo distante a la mía, a la aprendida. Emergen como sonidos, como imágenes, como ritmos… y muy lento adquieren un significado inclasificable. Paradójico ¿no?

Hace algunos días caminé de mañana por la carretera, exhalé vapor y me detuve a mirar vacunos que entre atónitos y resignados esperaban el derretimiento de los hielos eternos. Cada bus, camión y auto impulsó en mí una ráfaga fría e insistente, me hizo temblar y luego me dio vacío. Caminé por la berma, sudé a pesar del frío, crucé miradas con aves y otros animales.

A las 8 y media me recogieron. Un furgón dorado pálido: color y marca medio de moda acá en la isla… (¿O algún monopolio automotriz?). Partimos hacia el sur, por esa costa interior que ya empiezo a reconocer entre oleajes quietos y altas mareas lunares, entre islas y más islas trepadoras del horizonte.

Me siento en la ventana. Detrás de mí, Jaime y Alejandra hablan de todo y nada; cada tanto agrego una risa o algún comentario sin importancia. En la radio suenan cumbias y rancheras… recuerdo una amiga y el genial tema de investigación que empezó pero nunca terminó… como tantos de nosotros. Continuamos camino a Pío-Pío.

Al llegar la historia es parecida a otras. Saludo a Arquímedes, que no es otro que el técnico que conocí una vez en Lelbun, el que meticulosamente ordenó los medicamentos en una mesa y luego los echó en cada paquetito sin omitir nombre ni dosis. Vive en la posta, lo que sin duda le ha traído más complicaciones de las que quisiera, pues a pesar del estricto horario que ha publicado en la ventana del lugar, los enfermos llegan a cualquier hora e incluso los borrachos lo visitan a veces con piedras e insultos sin nombre ni motivo. Él es amable y ceremonioso, y su lugar está hecho de infinidad de objetos, todos perfectamente ordenados, útiles y limpios.
Bebemos unos mates alrededor de la estufa, en su impecable cocina. Luego cada uno a lo suyo. Yo, que ya me voy comportando cada vez más como una más en la salud institucional, me aguacho en un box y empiezo a probar suerte. Y como el universo parece estar de mi lado, nuevamente hay quienes quieren hablar conmigo; con esta chica intrusa, tan blanca, de tristes ojos azules… ¿Qué verán cuando me ven?
Prosperino, Barbarita y Normandina quisieron mostrarse. Hablamos. Algunos me invitaron a visitarlos a sus casas otro día, mientas yo deletreaba en silencio P-í-o-P-í-o. ¿Qué lugar es este? ¿Cómo diablos un lugar llega a llamarse así? ¿Qué historia arrastra un nombre que es un sonido?

La entrevistas terminan para mí: se acaban mis quince minutos de fama pues el box tiene que usarlo la matrona. Es que para eso vinieron estas personas, para que se les permita asumir el rol de pacientes, para que ocurra la entrega del cuerpo y la misteriosa respuesta a las dolencias en alguna píldora ovalada y azul o roja pequeñita.


Salgo afuera. Son la una de la tarde y la escarcha continúa inamovible. Soy vapor, soy ojos, soy una mano que escribe y declara. Tomo fotografías, salgo al camino y luego vuelvo a la cocina: a los mates largos, al “pan de casa”, a las conversas de fin de jornada. Alguien me cuenta que Benito, a quien conocí en Agoní, tuvo hace un par de días un pre infarto al perseguir a un caballo arrancado…
Me pregunto si habrá tomado sus remedios. Quizás fueron demasiados
.

2 comentarios:

mirantra dijo...

Me gusta mucho como relatas las cosas que te van sucediendo... sin duda el talento de tu tío te lleva impregnada...

Guille Chiliztli dijo...

Me gustò tu blog!!!
me gustaron mucho tus fotos!!!
y tus relatos...
vendre de vez en cuando a visitar

Un abrazo!!!