24 de junio de 2007

Recorridos

Hoy volví a viajar en camión, después de algunos años en que casi había olvidado como era. No fue algo planeado, simplemente el camino trajo uno hasta mí, y tuve que subir para poder viajar entre Agoní y Pío-Pío a ver a Elia y luego a Arquímedes, que me esperaban a pesar del clima.
El paisaje se ve distinto arriba de un camión, pues la ventana es ancha y la altura te empina sobre los bosques y los bajos rasados. Los minutos transcurren más lento, más al ritmo de la isla, donde las distancias son inmensas en espacio y en tiempo, y hay un momento para todo, sin importar cuanto se demore en llegar: finalmente hay un instante en que todo culmina, sin importar cuanto se haya tardado.
El silencio es posible dentro de la cabina; sin saber cómo, con el chofer se comparte un código que permite pasar el tiempo sin decir nada, como cuando viajas con un amigo de años con quien el silencio es parte del lenguaje entre ambos.
De todos modos cruzamos algunas palabras... el mal tiempo, los truenos y relámpagos del martes, la cosecha que se para cuando los puertos cierran. Me bajo en el cruce a Pío-Pío y él me pide que baje con cuidado, por la altura. Mutuamente nos deseamos suerte y se va hacia Detico en busca de su carga.
A mí me toca caminar unos pocos kilómetros hasta la posta, donde quedé de encontrarme con Arquímedes a conversar, y como tengo una estrella luminosa y grande, justo pasa Juanito en el furgón de la Municipalidad y en seis minutos recorre lo que yo hubiera demorado veinticinco en caminar.
Una hora más tarde sigue lloviendo; no tanto como en los días anteriores, pero igual hace frío y corre viento. Arquímedes me trajo hasta la garita -amable como siempre, tanta gente acá- y aquí espero otro camión, camioneta o bus, si pasa, que me lleve hasta Queilen a seguir con mis entrevistas.
El tiempo se detiene un instante mientras la fina lluvia se recuesta sobre el pavimento. Nadie pasa y sólo cabe la espera que hace posible la existencia de todo: la siembra, el escampado, el reencuentro, la atención médica...
Chiloé es así un espacio y un tiempo de espera, de calma, de paciencia. Un espacio al que no cualquiera pertenece, y una calma de la que no cualquiera se empapa.

Así las cosas espero en la garita. Me urge llegar a Queilen a hablar con Macarena, la Sra. Angélica y más tarde, Gonzalo. Me urge llegar, pero nadie pasa y espero al alero de la garita, intentando teñirme de chilota calma, de paciente espera ...

18 de junio de 2007

A partir de Contuy (con el permiso del Sr. Lihn)

Contuy está a un costado del Estero Paildad, al frente de la localidad que lleva el mismo nombre.
Salimos tarde para allá, alrededor de las 10 y media, pues ultimamente las salidas a ronda son siempre así. Al llegar la gente lleva horas esperando y mira con ojos serios la llegada del equipo de salud, que ha demorado mucho más de lo necesario. A veces ni las quejas delatan la tensión de la espera; sólo ese gesto cansado en la mirada y un leve aire a reproche que flota en el ambiente.

Hoy es un día lleno de una luz amarilla y espesa que se refleja en el camino, en la escarcha, en el estero. Por el camino viene gente que busca atención médica de algún tipo, y nos saludan con amabilidad, sonrientes, esperanzados quizás.

Y es una esperanza que viene tal vez de dónde. La misma esperanza que se distingue en la consulta médica, cuando el paciente llega a preguntar por su dolencia y se entrega de cuerpo entero al médico. Se deja tocar, auscultar e interpretar. Se convierte por voluntad propia en una pregunta sin respuesta conocida y delega en el médico la responsabilidad de hallar contestación al enigma. ¿Será que se nos olvidó que somos dueños de nuestro cuerpo? ¿Será que nos olvidamos o que nunca tuvimos en nuestras manos ese conocimiento enigmático que tantas veces es la enfermedad? Ese cuerpo extraño del que no tenemos noticia ni memoria y que nos supera en su respuesta. Esa dolencia que elegimos desconocer deliberadamente o por costumbre, como si al traspasarle a algún otro la responsabilidad y el conocimiento, nos liberaramos de experimentarla...
Alguna vez alguien dijo que la ignorancia nos hace libres; ¿Será acaso que necesitamos librarnos de la responsabilidad de ser nuestro propio cuerpo?

Sí, en parte hemos elegido ser pregunta. En parte nos hemos permitido ser el último rincón conocido del planeta. Y hemos cultivado la costumbre de no entender. Y un miedo a ese cuerpo nuestro hecho de celulas, procesos químicos y estructuras desconocidas e inombrables. Hemos accedido a la transacción que la salud institucional nos ha propuesto, de empeñar nuestro autoconocimiento en pos de una cómoda ignorancia, en pos de ojalá no hacer preguntas, ni rebelarnos frente al tratamiento indicado, ni presentar síntomas inclasificables...


¿Será acaso reversible?