20 de mayo de 2007

El hallazgo

Nos fuimos por la ruta 5. Jaime me recogió en la rotonda y partimos en dirección al sur, por esta carretera que más bien parece un camino local atravesando casas, bosques, escuelas y sembrados. Llovía bastante, aunque a ratos; como siempre acá en la isla.
En el cruce a Díaz Lira entramos por un camino sinuoso, angosto y embarrado. Cruzamos un río, atravesamos colinas, yuntas de bueyes, antiguas casas abandonadas. De a poco yo también me abandonaba… a la luz difusa, a los bosques de nalcas, al brillo acuático del estero Paildad.
Llegamos temprano a Díaz Lira. El furgón aún no aparecía y estacionamos. Bajamos cuidadosamente por una caminito pedregoso; hacía frío y después de unos cien metros llegamos hasta la escuela, aparentemente vacía. En la cocina estaba la Sra. Guillermina calentando agua para el almuerzo de los 11 chicos de entre 1º y 6º básico que estudian ahí. Nos ofreció agüita de melisa, pan amasado, mermelada de mora y buena conversa. Y la mañana se deslizó por mi lengua entre hierbas y moras, entre palabras nuevas, entre secretos dichos al vapor de la cocina.
El furgón demoró mucho en llegar y las llaves de la sede también tardaron. No había casi nadie y quizás el estado de la posta era a la vez explicación y prueba de ello: falta de lugares privados donde ver a los pacientes, una estufa apagada, un baño al que me recomendaron no entrar…
No había nadie para conversar conmigo, y Jaime sólo tuvo que ver a dos pacientes. Nos fuimos de nuevo, ahora hacia Pureo, aún más hacia la costa, aún más hacia la orilla del Paildad, aún más hacia toda la lluvia y el frío. Y llegamos por la playa, pero literalmente. Emergimos con auto y todo desde la orilla marina hacia la tierra. Como un Caleuche con cuatro ruedas, puertas y metales.
Al llegar a la posta las ví. Como una aparición o como una puerta a otro mundo; uno diminuto, misterioso, inconcebible. Por largo rato no pude dejar de mirarlas, en una especie de éxtasis colorido. Y pensar que antes las pensé solo en fantasías, en dibujos animados, en libros. Y estaban finalmente cercanas y ocultas para ser así descubiertas de improviso, en medio de una tarde lluviosa bajo un par de pinos en la posta de Pureo. Las callampas rojas. Enormes, incendiadas, blancuzcas, gordas, planas y jorobadas. Altas, bajas, dobles, triples y naranjas. Redondas, ovaladas, enanas, largas, quebradas e inocentes. Y venenosas, muy venenosas, según me avisó la alarmada profesora de la escuela, situada al frente de la posta, cuando vio que yo me quedé hipnotizada mirando a las vegetales criaturas, cuando vio que me acerqué y alejé mil veces, y me hinqué a su lado y las olí y las observé sin ocultar todo mi asombro.
Cuando por el frío dejé de sentir mis manos, entré a la posta. En una cocina caliente y cómoda la señora del paramédico me dio a comer y beber ganso asado y mate amargo, y también pan y queque, al calor de historias y relatos.
Un rato después llegó el resto del equipo y fuimos hasta el salón de la posta, a una reunión de salud organizada con motivo de la ronda. El lugar estaba lleno de gente esperando atención médica, que inmediatamente hizo silencio cuando comenzó la reunión. Uno de los temas fue Benito y cómo ayudarlo a reunir dinero para poder atender su problema al corazón. Muchos lo conocían, y otros quizás no, de tiempos remotos en que a caballo llegaba a atender enfermos por la mitad del bosque; pero señoras y caballeros coincidieron en que lo importante era darle ayuda, sin importar si lo conocían. Simplemente necesitarla ya lo hacía merecedor de ese apoyo que entre todos y cada uno podían darle.
Más tarde hablé con algunos enfermos en una salita fría e iluminada que me prestó Alejandro, el paramédico, y la tarde transcurrió rápido, tal vez demasiado, entre subjetividades y objetivaciones de enfermedades modernas que extrañamente pertenecen a este entorno.
A las 15:15 me fui de Pureo. Matrona, nutricionista, medico, psicóloga, enfermera, y dentista se quedaron atendiendo por turnos en box y salitas; yo tenía que volver al norte sin demora.
Eloy me llevó en el furgón hasta la carretera y esperó hasta que un bus pasó y se detuvo. Subí y me acomodé mirando hacia la costa. Aun quedaban lugares que mirar en mi retorno
hacia Castro: bosques, lagunas, vientos, aves.


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5 comentarios:

Ruciecita dijo...

buuuuu andie le merece un comentario mi hallazgo. Lamentable, disfruté mucho escribiendolo.

de todas formas... gracias por leer

mirantra dijo...

hermosas pero venenosas...

así es esto a veces nadie pasa otras si...

Guille Chiliztli dijo...

WoW, esas callampitas rojas no son ni mas ni menos que ¡¡¡¡(amanita muscaria)¡¡¡¡¡ uno de los alucinògenos mas potentes y dificiles de administrar, es fracil caer en una sobredosis e intoxicarse fatalmente. Los chamanes siberianos saben del cuento, y lo utilizan para entrar en trance. La amanita muscaria es al parecer el soma vedico!! una planta mistica no cabe la menor duda!!! y en Chiloè ???, si amanita
esta en todo el mundo es cosmopolita!!!

Bacanes fotos!!!!
le estay serruchando el piso a
Nicolas Piwonka, jajajaj.

un abrazo
Guille

Ruciecita dijo...

o sea que en verdad eran la puerta hacia otro mundo!!
Gracias por el dato... verermos si hay algun brujo dispuesto a compartir sus saberes...
te dejo un abrazo.

Karin Marchant dijo...

La primera vez que fuí a Pureo fué lo primero que vi, es mas si mal no recuerdo exclamé con mi cacpacidad de asombro accionada por el color y el contraste con el verde pasto: MIRA LAS CALLAMPAS QUE LINDAS!!!, tbn las fotografié, pero no quedaron tan bellas...
Que lindas tus palabras Rosario, de la isla, de la gente y de los encantos que aquí se encuentran. Tu blog esta tan impregnado de magia como esta Isla... Gracias por compartirlo