Para llegar a Alqui, tuve que pasar antes por Lelbun, Agoni, Aytui, Pureo, Detico, Apeche, Paildad y Contuy. Embarcar en Queilen. Pasar frente al horizonte de Nepué. Respirar viento. Palpar la humedad marina de la brisa.
Para lleguar a Alqui tuve que embarcar de noche, portar un chaleco salvavidas, tocar el agua en movimiento, trepar alto hasta la cubierta uno.
Para llegar a Alqui tuve que mirar el mar desde el interior. Y acorazarme de gris y metal en pasillos estrechos y escaleras.
Para llegar, me sumergí en el aire dentro del agua aullando motores, generadores, sumbidos que ensordecen. Me senté entre personas casi desconocidas a compartir desayuno, motivados por la posibilidad de quebrarle la mano a toda la jerarquía, a los altos mandos con jinetas destacadas en los hombros.
Para llegar hubo risas y una noche bizarra, fuera de lugar y tiempo en la costanera de un pueblo con cuatro calles; hubo palabras e historias contadas desde la altura, desde castillo, por cubierta dos y tres, luego toldilla y, por que no, puente de mando.
Para llegar vimos como otros no llegaban, pues habían de descender en otras historias, en otras coordenadas.
Para llegar saltamos casi dos metros, hasta el bote descolgado de la altura del metalico gris del Cirujano.
Una vez allá, hubo que olvidarse de todo. Recorrido y viaje quedaron tristemente desnudados en experiencias para el bronce. Y vino la costa, la infinita orilla de distancias. Las palabras pronunciadas a media voz por vergüenza. Caminar subidas y bajadas, y sólo cruzarse con un alma. El viento dibujando la superficie del agua; barro en los zapatos; cuestas sinuosas, trineos y carretones en desuso.
Luego el encuentro con la tristeza. Tierra y mujer una sola vejez. Un sólo cuerpo angustiado, descascarado, derruido. Historias tejidas lejos de todo lo conocido. Al margen de las palabras y occidentales significados. Al margen de los códigos sanitarios, pero con toda la fuerza de un pasado que se empina en pilotes. Con todo el calor de un fogon hecho deshechos. Con todo el peso de fuertes manos recolectoras y tiempos nómades.
La vieja huerta ya no es cosa de darla vuelta. Habría que rehacer la historia para poder sembrar algo en esa tierra anestesiada. Pero igual se está rodeado de nacimientos y brotes. De calor animal, caricias y tacto.
Es posible horrorizarse y temer por doña Rosalía; es posible también abandonarse al bosque donde ella vive y muere, y ser una criatura sin tiempo, como ella. De pie sobre sus dos piernas llagadas. De pie sobre sus inmortales noventa y cuatro años. Respirando humo, asumiendo heridas y dolores. Perteneciendo a su Alqui. Negandose a pronunciar palabra que la deje al descubierto. Ingenuamente regalando su imagen al flash de la cámara. Olvidada casi por completo, a no ser por su hijo, o la salud institucional que cada tanto la visita para intentar darle forma en un dibujo coherente, y también saciarla de cuidados de otras manos, y sonidos de otras voces.
Para lleguar a Alqui tuve que embarcar de noche, portar un chaleco salvavidas, tocar el agua en movimiento, trepar alto hasta la cubierta uno.
Para llegar a Alqui tuve que mirar el mar desde el interior. Y acorazarme de gris y metal en pasillos estrechos y escaleras.
Para llegar, me sumergí en el aire dentro del agua aullando motores, generadores, sumbidos que ensordecen. Me senté entre personas casi desconocidas a compartir desayuno, motivados por la posibilidad de quebrarle la mano a toda la jerarquía, a los altos mandos con jinetas destacadas en los hombros.
Para llegar hubo risas y una noche bizarra, fuera de lugar y tiempo en la costanera de un pueblo con cuatro calles; hubo palabras e historias contadas desde la altura, desde castillo, por cubierta dos y tres, luego toldilla y, por que no, puente de mando.
Para llegar vimos como otros no llegaban, pues habían de descender en otras historias, en otras coordenadas.
Para llegar saltamos casi dos metros, hasta el bote descolgado de la altura del metalico gris del Cirujano.
Una vez allá, hubo que olvidarse de todo. Recorrido y viaje quedaron tristemente desnudados en experiencias para el bronce. Y vino la costa, la infinita orilla de distancias. Las palabras pronunciadas a media voz por vergüenza. Caminar subidas y bajadas, y sólo cruzarse con un alma. El viento dibujando la superficie del agua; barro en los zapatos; cuestas sinuosas, trineos y carretones en desuso.
Luego el encuentro con la tristeza. Tierra y mujer una sola vejez. Un sólo cuerpo angustiado, descascarado, derruido. Historias tejidas lejos de todo lo conocido. Al margen de las palabras y occidentales significados. Al margen de los códigos sanitarios, pero con toda la fuerza de un pasado que se empina en pilotes. Con todo el calor de un fogon hecho deshechos. Con todo el peso de fuertes manos recolectoras y tiempos nómades.
La vieja huerta ya no es cosa de darla vuelta. Habría que rehacer la historia para poder sembrar algo en esa tierra anestesiada. Pero igual se está rodeado de nacimientos y brotes. De calor animal, caricias y tacto.
Es posible horrorizarse y temer por doña Rosalía; es posible también abandonarse al bosque donde ella vive y muere, y ser una criatura sin tiempo, como ella. De pie sobre sus dos piernas llagadas. De pie sobre sus inmortales noventa y cuatro años. Respirando humo, asumiendo heridas y dolores. Perteneciendo a su Alqui. Negandose a pronunciar palabra que la deje al descubierto. Ingenuamente regalando su imagen al flash de la cámara. Olvidada casi por completo, a no ser por su hijo, o la salud institucional que cada tanto la visita para intentar darle forma en un dibujo coherente, y también saciarla de cuidados de otras manos, y sonidos de otras voces.
En algun momento se hace urgente la partida. El viaje de regreso demora entre fotos y tristes flashbacks. Nos vamos. Ha sido eso. Una sinopsis de una historia antigua, de una mujer antigua y su casa antigua. Lleva una herida antigua también; incurable quizás. Y nosotros no nos llevamos nada, salvo algunos pixeles y ciertas imagenes en la retina. Otra vez el olvido mientras Alqui y Rosalía van quedando siempre en la orilla. Al otro lado de la orilla.
2 comentarios:
querida ruciecita......tu blog me pareció hermoso y lleno de poesía.....las fotos estan presiosas y los titulos de estas mejores aun. sigo leyendolo.....
tu palabras para home abrieron una puerta en nuestro trabajo.........gracias!!!!!!!
camionera, cuentame como va la tesis y la vida en chiloe!!!
estas igual a mi madre, que a la distancia extraño tanto.
un beosoosoo y escribeme pronto a mi mail.
trini (marta)
Mañana vuelvo a la isla. Mañana vuelvo al momento en que me siento conectado con aquel pasado que no conoci pero que imagino al caminar por territorio insular.
Mañana recuerdo aquella conversación caminada sobre heroes, revolución y derechos ciudadanos. A través de suelos en que el derecho principal en sobrevivir. Tu lo viste y lo viviste.
De alguna forma todos sobrevivimos a esta selva de seres humanos, egoismo y miseria. Sea en Queilen, Tranqui o la gran ciudad.
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